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martes, 12 de junio de 2012

COCINAR UN CRISTO

Muchos años como lector empedernido tiene eso. Que uno se conoce el material y que advierte que lo antiguo se repone en la modernidad. El numerito de Krahe es un insulto a la sensibilidad. No importa la fecha. Nada que ver con las creencias. Sea cual fuere la resolución judicial. Sin hacer mención de su presunto carácter delictivo. Que no. Que la expresión revela ansias de sobresalir de la minusvalía creadora a base de martillazos a los símbolos. A falta de inspiración, estridencia y mal gusto.

El arte trasciende la figura y el naturalismo. A medida que faltan ideas, los artistas exploran caminos alejados de la imitación o de la reproducción. Antonio López es un pintor genial que sigue aferrado a posiciones ultrarrealistas. No obstante, su obra exhala una espiritualidad que muchos no llegan a aprehender. Tapiès no queda a la zaga del anterior. Forjador de elementos físicos, hasta vulgares, su riqueza interior se desborda como un río que recibe las aguas derretidas por el sol de primavera. Ni uno ni otro han hecho de la iconografía religiosa una plataforma de escándalos mediáticos. No lo necesitan. Pese a lo que pudiera parecer, ni sus personalidades ni sus obras son excluyentes.

Javier Krahe forma parte de lo que se ha dado en llamar la nouvelle vague del canal plus de los Polanco y de los Cebrián. Un grupo de pijos ricos que viven de "uta are" disfrazados de pobres. No les niego la valía. Lo que rechazo es la inflación. Se insertan en el sistema capitalista más cruel y ofrendan víctimas en el altar del comunismo castrista. Más allá de Franco y de la Iglesia católica, sus cátodos se aglomeran en la bohemia de una vida burguesa. Viven del mamoneo de esa teta y a ella se subordina toda la sátira de sus canciones. Luego llega la productora de los políticos de la pana y editorializan el fenómeno con tintes demoscópicos.

Suelo referir que la injusticia provoca dos víctimas: el que la comete y el que la sufre. Desde mi punto de vista, el más afectado es el primero. Éste puede matar, robar, calumniar, violar y todo lo que les disguste. No puede sustraerse a su maldad. Carece de salida a su problema. El segundo sí tiene solución. Puede costarle la vida, el patrimonio o el honor. Salvo la muerte, todo tiene remedio. Le queda la decencia. La virtud de no hacer daño a los demás. Los otros son indecentes por mucho que presuman de solidaridades. Sus padres no les enseñaron la virtud de respetar las normas.

Cocinar un cristo es como guisar un escapulario. Actividad propia de gentecilla sin dientes que no mastican y, en consecuencia, engullen. Ni siquiera pueden rumiar. No hablo de delitos. Únicamente de indecentes. Físicos o jurídicos. Individuos o empresas. Penosos.

Un saludo.

1 comentario:

  1. LA CENSURA, SI NO MATA, ENGORDA

    Ciertamente, la censura puede llegar en ocasiones a ser un auténtico problema para los que la padecen.
    A esta CENSURA, con mayúsculas, capaz de hacer exiliar, torturar, o matar al que ose contradecir las normas establecidas hay que tenerle un respeto imponente ya que puede irte la vida en ello.
    Está claro que atreverse a ir contra la corriente de un dictador, es seguro que puede hacerte pupa.
    Del mismo modo, cuestionar los dogmas establecidos por las distintas religiones, puede ser posible sólo en algunos lugares y en algún tiempo del Planeta, ya que situaciones parecidas no serán valoradas del mismo modo en todos los sitios ni en todos los momentos, y lo que en unos mata en otros favorece al currículum del disidente, aunque en ambos casos el acontecimiento censurado traspase fronteras y abra listas interminables de adhesiones.
    Todos conocemos lo susceptibles que pueden llegar a ser las personas que tienen una fe ciega en esta o en la otra creencia religiosa. Cualquier asunto que pueda molestarles cae seguro en un terreno abonado para el rechazo automático de cualquier discrepancia respecto a lo que ellos consideran indiscutible. Todos conocemos cincuenta y cinco mil maneras (por poner un número) de provocar a las distintas creencias religiosas, políticas, o incluso deportivas, ya que también el deporte hoy en día es religión de culto de primer orden en el mundo en que vivimos. Todos las conocemos; yo mismo podría dar unas cuantas ideas al respecto que automáticamente levantarían ampollas y serían seguramente censuradas por aquellos que se sintiesen ofendidos.
    La cosa en teoría parece fácil, lo malo es que no todos tenemos el coraje suficiente de llevarlas a la práctica.
    Pero como en todo hay excepciones que confirman la regla y algunas personas se atreven a opinar, aun a sabiendas de lo que se les puede venir encima, molestando las ideas de los otros, que automáticamente dejan saltar el resorte se la intransigencia condenando al osado que piensa lo contrario y si pueden censurándolo.
    Si el que discrepa tiene la suerte de pertenecer a un país en el que la Democracia tenga su bandera, aunque con las lógicas molestias, habrá podido salir victorioso del lance, ya que el hecho será pronto conocido, admirado y apoyado por otros que sintiéndose también seguros no tendrán ningún inconveniente en hacerlo, multiplicándose la fama y el currículum del censurado y su obra.
    Lo malo es cuando el autor pertenece a esa otra parte del Planeta en la que tampoco en el siglo XXI son admitidas las discrepancias, aquí las cosas cambian, la censura pasa a ser letal en muchos casos, y aunque en la aldea global en la que lo hemos convertido, pronto todos quedemos enterados de todo y automáticamente muchas organizaciones defensoras de los derechos humanos se pongan a trabajar con todas sus fuerzas para intentar convencer con la presión social a los jueces, mandos religiosos o militares y políticos locales, aquí las ideas contrarias a las establecidas se pagan con el exilio, con la cárcel o con la muerte del que osó usar su mente de manera libre y no quiso seguir el camino que la tradición y los convencionalismos le habían trazado.
    Para todos ellos vaya mi admiración y mi respeto.




    Manuel Calvarro Sánchez

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