La
muerte ajena nunca me satisfizo. Perder la vida es un paso a un abismo
sin retorno. Los odios se esfuman en la polvareda del batacazo final.
Hugo
Chávez ha abandonado este mundo huidizo. Venezuela permanece. Los
recuerdos del presidente exgolpista se acumulan en el álbum de la
política. En la hora de los funerales de Estado, hay que preguntarse
sobre el futuro del pueblo que le llora y del pueblo que le odió. Lo
demás, mandangas.
Los
venezolanos permanecen sentados en su umbral de pobreza. Los ricos no
perdieron su sonrisa encaramados en lo alto de su pedestal de oro. Las
desigualdades perforan el entramado social del chavismo. Las libertades
se cobraron a precio de amenaza. El país atraviesa dificultades
insuperables después de tres lustros en manos de un gobierno
acomplejado. Las dictaduras son siempre nefastas.
La
democracia debe atravesar la frontera de la formalidad y adentrase en
la esfera de la razón. De qué sirven los votos si el sistema educativo
es sustituido por la rebelión de las masas ignorantes. Si la ciudadanía
de Venezuela no afronta el deber de limpiar sus bases educativas, es
posible que la derecha arrase en las próximas elecciones. En ese caso,
la tiranía de izquierdas habrá cedido su trono a la dictadura de
derechas.
La
democracia sólo adquiere pleno significado en su dimensión de cultura,
de educación y de voluntad de progreso. De esta manera, la lucha de
clases se convertirá en pelea por alcanzar la solidaridad de clases.
Dictadores,
ni de izquierdas ni de derechas. Como decía el gran Berlinguer, que
fuera líder de la izquierda italiana y de la tesis eurocomunista,
dictadura ni la del proletariado.
Un saludo.