No es la hora de analizar jurídicamente la cuestión de soberanía. Tampoco exploraré los laberintos de la historia. Me detengo en la realidad de cada día. Gibraltar tiene poder. España, no. Los complejos y los miedos son malos acompañantes de personalidades con hambre de futuro. Desde Franco, las relaciones con los gobernantes gibraltareños se escriben en un manual de baja autoestima. El cierre de la verja hizo verter ríos de tinta. Las críticas en el sentido de aprobación del cierre como de rechazo al mismo fueron continuas. Como siempre, los españoles quijoteábamos nuestro pánico bajo muestras de apoyo al pueblo del peñón. Con Peregil representamos la triste historia de someter por la fuerza a unos desventurados pastores marroquís. Ya quisiera que la contundencia de entonces se hubiese empleado, siquiera como didáctica de la diplomacia internacional, en la reocupación del peñasco. Demasiado peligro.
Inocentes. Peregil tuvo un coste muy elevado a corto plazo. Si alguien se asombra, acuda a los archivos de los servicios secretos del país alauita. Pregunte por la conexión francesa de Casablanca. Hunda los morros en las aljamas que proliferan en la antigua Al Andalus. Desde un punto de vista geoestratégico, el papel de España es esencial, mucho más que el que desempeña el vecino Marruecos. Sin embargo, desde una perspectiva de la dinámica de calentamiento o enfriamiento de los vendavales norteafricanos e islámicos, la pantalla del Ritz es más abrupta y descarnada que la penibética. El valor de la vida de los habitantes de las tierras del Sahara no cuesta un tercio de la del españolito. Ellos lo saben. Quien nada tiene que perder, su fuerza se computa en grados de fiereza. Los que se acostumbraron al confort del desarrollo, dejaron la austeridad, los esfuerzos y los callos de las manos en los que pueblan el limes del imperio de la UE.
Gibraltar juega a lujo y a delito. Juega. Representa el papel de zapato al que no molesta la chinita española. Será al revés. No. Es tal cual. Los narcos, los pescadores de no sé qué, los dueños de paraísos fiscales, y un ejército de trotamundos endurecidos por el ambiente de aventura, se curten en la adversidad y en el desafío continuados. Quienes no servimos para otras cosas, nos chuleamos ante cabreros solitarios y agachamos la cerviz ante el estoque del esbirro. La Guardia Civil está a merced de un par de lanchas británicas y las fronteras de antaño se amplían ganando terreno al mar. Al mar jurisdiccional español.
Como falta otra cosa, bailamos sevillanas y cantamos gibraltareñas. Al final, hacemos chistes de nuestra cobardía y nos reímos por detrás del inglés con acento andaluz de la población limítrofe. Ya les digo. Mozas aquellas. Cuidadín, que os metemos en Marbella a la Royal Navy. País de ciegos.
Un saludo.
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