Anda,
y el soltero y el divorciado y el rico y el pobre. Puestos a pedir,
propiedades antes que posesiones. Querer no es poder. Si fuera por
deseos y voluntades, la paz regiría el mundo y la felicidad llenaría de
prosperidad a todos. Castillos en el aire. Las quimeras tienen su punto
de ebullición que suele producirse en noches de ensueños, en días de
ilusión y en tiempos de congojas alucinatorias.
Los
políticos catalanistas evacuan por la boca los residuos malolientes de
sus alimentos mal digeridos. Después de comer, beber y otras actividades
menos publicables, a cuenta del erario, han cavado una fosa, del tamaño
de Las Marianas, y se han quedado sin escalas para salir de ella. A
fuer de pan, el gañán se comió el buey. La deuda catalana pesa tanto que
ahora, una de dos, o papá España se hace cargo de la infamia o los
nenes catalanistas se enfadan, lloriquean, alborotan, destrozan y
amenazan con la emancipación. Eso sí, exigen la exclusividad residencial
de la vivienda común y el uso compartido de los bienes de los hijos no
pródigos. Más chulos que un ocho. De esta guisa, la parábola evangélica
eleva a categoría de normalidad lo que ha de constituir una excepción.
La
moraleja se concreta en que las acciones de los tarambanas se
multiplicarán conforme la firmeza de los que tienen el deber de regir y
de administrar parpadee y muestre signos evidentes de debilidad. Artur
Mas es el niño consentido del cortijo estatal. Sigue la estela fatídica
de sus antecesores y ahonda la huella de los avatares de la Segunda
República. Está en su derecho aunque no haga sus deberes. El problema no
radica en su actitud. El problema radica en la permisividad y en la
pasividad del avestruz que esconde la cabeza bajo el ala de la
decadencia para no ver cómo se pisotean las leyes y cómo se saltan la
Constitución.
A
la hora en que escribo este artículo, ignoro el resultado del encuentro
entre Rajoy y Mas. Sea cual fuere el mismo, por mucho que el president
de la Generalitat pida el cielo, el presidente del Gobierno de España no
ha de darle sino lo que corresponde a todos por igual. Si no lo hace,
habrá acallado momentáneamente la queja secesionista pero, a la media
hora, el independentismo aflorará en todo su esplendor. Y no sólo en
Cataluña
Ante
este chollo, yo me pido la independencia del barrio de La Merced de
Huelva. Para cantones, los de cada uno. Para nacionalismos, los más
localistas. Y si las deudas corren a cargo del resto, mejor que mejor.
No te digo. Yo quiero mi casa. Mi casa. Extraterrestres.
Un saludo.
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