Cataluña lo vio nacer y Madrid lo amortajó. General Prim. El desenfreno emocional de sentirse catalán y de amar a España.
Prim
y Prats. Estadista. Autor de los tres “jamases”. La dinastía borbónica
no volverá jamás, jamás, jamás, pronunció tras el derrocamiento de
Isabel II. Ay el jamás. Nunca se ha de decir nunca jamás. Y si uno se
atreve con el maximalismo, tome las debidas precauciones. El general
Prim pecó de confiado. Los “amigos” de la patria lo pasaportaron al otro
mundo. Frente al Hotel Palace de Madrid, muy cerquita de Las Cortes,
unos pistoleros escopetearon al entonces presidente del consejo de
ministros. Nunca jamás es una expresión temeraria en el reino de los
Borbones. Mortal de necesidad. Monárquicos de conveniencia y
republicanos de interés se juntaron para liquidar al militar. El poder
congrega a extraños y hostiles enemigos de cama. La ideología se relega
siempre que la influencia y el dinero levantan su cetro de ambiciones.
Amadeo
de Saboya perdió a su valedor y España nunca quiso encontrar a su nuevo
monarca. Tiempo de agravios y años de desconsuelo. La España
desvertebrada mostraba su rostro más genuino. Después, ya se sabe. La
República. La Primera. La Federal de cantones. La dialéctica de la
violencia. La tentación de la dictadura del derribo. El precedente del
Estat Catalá del 34.
Prim
se remueve en su mausoleo de Reus. Su cuerpo momificado va a ser
restaurado. Su espíritu continúa presente sobrevolando las páginas de
una historia que se repite por la contumacia activa y omisiva de unos y
otros. La muerte del general tenía un precio. Un precio muy alto. En la
película, Prim no era ni el feo ni el malo. El bueno. El general era el
bueno.
Un saludo.
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