Fuente de la imagen: Editorial Prensa Ibérica
Anguita
es un histórico de la política. Pope para unos, santón para otros,
servidor lo considera un referente moral en un mundo de seres
imperfectos como el que, por fortuna, vivimos. La perfección se supone
en Dios, Solo en Él.
Anguita
habla y yo lo escucho con atención. Atención no exenta de crítica y de
discrepancias. El cordobés ha realizado unas declaraciones sobre el
nivel de corrupción en la España de los doce primeros años del siglo XXI
en comparación con la existente a mediados de los años noventa de la
pasada centuria. Que no tiene nada que ver, dice. Que la de entonces,
con los GAL, la perversión era tan extrema que se robaba y asesinaba al
amparo de la impunidad de las instituciones del Estado. Que, antes, la
corrupción se identificaba con PSOE. Ahora salpica y mancha a PSOE y a
PP. Admitiendo la verdad de esta idea, si no se matiza, se la eleva a
categoría de rigor y no es así. Ni mucho menos.
Señor
Anguita, la corrupción de 1994 tenía un protagonista en España: el
Gobierno que presidía Felipe González. La intervención del PSOE en esos
actos debió medirse en unidades de institución oficial y no en
magnitudes de partido político. El Gobierno del Psoe no es el Psoe ni el
Gobierno del Pp es el Pp. Si de Andalucía hablamos, que es de lo que se
trata en este artículo, el grado de porquería generado por la Junta de
Andalucía es, acaso, superior al que se generó en los años postreros del
felipismo decadente. Los filesios, malesios, roldanes y demás chusma
emergente no destrozaron tanto la credibilidad de un gobierno
democrático como la creación de una Administración Paralela o la
aparición del vergonzante fondo de reptiles. Es verdad que la Junta no
ha intervenido en el asesinato y entierro en cal viva de presuntos
etarras. Pero igual de cierto es que ha amputado las esperanzas de miles
de ciudadanos en la existencia de una Junta de Andalucía que actúa
desde el imperio de la ley y en el marco del estado de derecho. Si
contamos el número de lesionados por este concepto, abrumaríamos a los
recogedores de estadísticas. Por miles.
No
es aceptable un cordón sanitario contra el Pp en Andalucía. Si IU
utiliza sus doce escaños para ahorcar a la derecha, para segregar a los
cincuenta parlamentarios populares y para convertirse en llave maestra
de la caja fuerte de la Junta, incurrirá en la misma asquerosidad que
los irresponsables psoecialistas que nos han arrojado a la mugre moral y
económica. No es de recibo. Y, sin embargo, todo apunta a que Valderas
no renuncia a la llave. Ni de broma ni de lejos. Es su llave. Su llave.
El
poder tiene un precio. Ese precio tiene el IVA de la mirada a otra
parte para no ver el robo de los EREs. Ese precio tiene el tributo de la
pinza en la nariz para no oler los efluvios mefíticos de la
administración paralela o la obstrucción sistemática a la justicia. Ese
precio tiene el impuesto de actividad empresarial de unos
sindicatos/lobbys que reclaman una suerte de tasa revolucionaria como
adelantados mayores de una empresa despiadada.
Mucho
admiro su ejecutoria política, señor Anguita. Mucho. Sin embargo, sus
razones se diluyen, a veces, en que, como ocurre con la efigie de la
justicia, la balanza y la espada no están equilibradas cuando la venda
descubre parte de los ojos. A partir de ese momento, el comentario
torticero pisotea al análisis objetivo. De ahí el concepto de falacia,
señor Anguita. Las razones deben ser de peso. Nunca falaces. IU pactará
todas las componendas con el PSOE que a sus dirigentes venga en gana.
Que a esas componendas las quieren llamar pacto de progreso, pues muy
bien, allá ellos. El autoengaño es tan freudiano como el sexo. Pero no
me las quiera dar con queso. Que no.
Un saludo.
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