Cuarenta
años tenía Bergoglio cuando la dictadura argentina llegó al poder. Era,
a la sazón, provincial de los jesuitas. Nada más. Nada menos. Nada. En
una dictadura militar, nadie es.
Ahora
que es Papa, los militantes de la dictadura del odio arremeten contra
él. Difama, que algo queda. Hasta antier, nadie conocía al cardenal. Hoy
todos los detractores se unen para empañar su vida religiosa, social y
política.
Respeto.
Un poco de sentido común. Si se quiere investigar a Bergoglio por
hechos ocurridos hace cuarenta años, hágase. Con prontitud, discreción y
rigor. Después, dígase si es culpable de algo. Aparte de haber nacido,
de ser argentino, de qué. Y de ser Papa.
Mientras
tanto, cálmense las lenguas. No crucifiquen otra vez a Jesús. Fariseos
de leche. Aprovechen la semana de pasión que va a comenzar. Dos por uno.
Un saludo.
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