Muy
bien. El cospedalazo es un disparo en el centro de la diana del viva la
vida parlamentaria. La autoridad nace del ejemplo y no de las palabras
lisonjeras y vacías. La Autonomía pagaba pingües salarios a sus 49
parlamentarios. No podían ser 12 o 24. Cuarenta y nueve. Claro que con
el centenar largo de Andalucía, una minucia. A partir de ahora, ni un
euro. El presupuesto sólo admite que cobrarán por dietas de asistencia.
Un lujo, miren. Un ahorro. Una luz. A seguir.
Sin
embargo, lo de Cospedal tiene puntos de gatillazo. El recorte al sueldo
de los parlamentarios será un canto de sirena varada si la misma medida
no se aplica a la legión de asesores, cargos públicos, colaboradores de
la tele pública y ejecutivos ejecutores de las empresas municipales,
provinciales y autonómicas que llenan los bolsillos de parientes, amigos
y otros nepotes de turno. Si la medida no se proyecta, la coyunda
administrativa seguirá dando frutos indeseables y el derroche mantendrá
su carta de naturaleza.
La
comunidad autónoma de Castilla-La Mancha tiene una deuda que no se la
salta un galgo. La herencia aceptada por Cospedal es de las de
tocapelotas. Lo malo es que no la paga ella, sino el colectivo de
contribuyentes. Bono y Barreda fueron modelos de dispendio. Su política
de derroche se correspondía con la de su exlíder Zapatero. La escuela es
la escuela.
Doña
Dolores, para que su cospedalazo no se quede en amago, incorpore los
elementos propios de la consumación. La credibilidad no se sostiene en
mensajes demagógicos. Si la ciudadanía percibe su decisión como un
brindis al sol, las cañas se tornarán lanzas y la señora presidente hará
un flaco favor a su persona, a su partido y a la democracia.
Cospedalazo, sí, pero rato. A la vista de todos. Como los matrimonios eficaces.
Un saludo.
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