Aunque
no tanto como por Julián, su padre, sí tengo en alta consideración
intelectual a Javier Marías. Republicanos de pro, padre e hijo se vieron
apartados de la España cainita que se rompió en dos antes del estallido
de la guerra maldita del treintayséis.
Dicen
que los años no pasan en balde. Y tanto. Nos pasan facturas carísimas.
Sobre todo si las pasiones en forma de rencores o de olvidos cobardes
imponen su talla al acervo cultural y educativo. Javier Marías es un
hombre de izquierdas. Acaso no tanto por defender postulados de libertad
cuanto por desprenderse de cualquier roce dictatorial. Y si la
dictadura señala el rótulo de franquista, la pasión hace rehenes a las
neuronas de la objetividad.
Es
verdad que Rajoy ha llevado a cabo recortes culturales y educativos en
la asignación presupuestaria de su gobierno. Es verdad. De la misma
manera que ha metido la tijera en sanidad e incluso en defensa y
fomento. No cabe duda de todo esto. Un observador imparcial no utiliza
la sinécdoque movido por la coyuntura política, salvo que el contador de
experiencias relate las vivencias propias en vez de describir lo que el
entorno le ofrece. En ese hoyo ha cavado Javier Marías. Mala cosa.
Cuando uno descalifica la política del gobernante, fundamenta su crítica
en macizos rocosos y no en picos abruptos. Corre el riesgo de
despeñarse por uno de estos últimos por falta de agarre de sus botas a
la superficie escarpada y deslizante. Y sobre todo, descuida su
capacidad de discernimiento democrático que conduce, salvo en Andalucía,
a los cambios electorales.
Javier
Marías alinea los recortes económicos en materia de cultura con la
censura y la reprobación de la propia cultura. Así hay que entender que,
según el gran escritor, busque emparentar al Partido Popular con el
franquismo. Tonterías, las justas. Si provienen de una cabeza tan
excelente como la suya, habrá que pensar que la sensibilidad de “Todas
las almas” discurre con mayor fluidez por la versión cinematográfica de
su obra que por el texto original de la misma.
Esa
forma de pensar y de decir me disuade de leer "Mala índole" o de releer
"Corazón tan blanco". Algunos autores se pierden en el laberinto de sus
sentimientos. En cuyo caso, más que enriquecer, introducen a sus
lectores en el caos emocional y en la pobreza expresiva. Sobre todo si
su talento, despierto y desplegado, no alcanza la categoría de un Kafka
universal.
Sigo
con gran adhesión su cita de Cervantes. Paciencia y a barajar. Ya
vendrán tiempos mejores y las cartas nos resultarán más favorables. Esta
alusión al genio cervantino debería servir al grandísimo académico,
hijo noble de tan extraordinario padre, para no llevarse al huerto de
las desdichas periodísticas las informaciones sesgadas de un tribulete
sin tebeo. Ni realiza una labor social ni tiene la gracia del dibujo.
Un saludo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario