Entre
los muchos y ejemplares colectivos profesionales que en Huelva son,
permítanme que destaque el de los profesores. Tienen un sueldo mínimo y
una responsabilidad máxima. Son universitarios con salario de peones.
No atienden a más demandas que a las de los intereses de sus alumnos y
echan horas por un tubo que nunca serán compensadas ni recompensadas.
En
épocas de esplendor en la hierba, forman el pelotón de cola de en
cuanto a sus ingresos y, llegado el momento de la crisis, sufren en sus
carnes el corte y el recorte. Ayer eran docentes y hoy engrosan el
cuerpo de limpiadores, conserjes y lo que les quieran endosar.
Sin
embargo, entre ellos destaca un grupo que se lleva la palma del
heroísmo y del desinterés. Se trata de quienes acompañan a grupos de
estudiantes en sus viajes de fin de curso. Veinticuatro horas al día de
dedicación constante durante una semana constituye una carga de
responsabilidad por la que no sólo no reciben una dieta como cualquier
trabajador cualificado que viaje por asuntos de trabajo, sino que pagan
de su bolsillo muchos de los gastos derivados de la gestión. La
diligencia exigible a un buen padre de familia se entiende en un
contexto de uno, dos o tres hijos. Cuando los hijos se cuentan por
decenas, no hay vigilancia capaz de garantizar la tranquilidad de todos.
Noches interminables, habitaciones reversibles, puertas que se cierran y
abren, movimientos clandestinos, días de vinos y de rosas, y un
interminable rosario de desventuras físicas que acaban con el cuerpo y
el ánimo del más fuerte y capaz.
El
sindicato CSIF ha publicado una encuesta según la cual ochenta y cuatro
de cada cien profesores se niegan a monitorizar estos viajes de
estudios y a realizar actividades extraescolares. Estoy seguro de que la
encuesta ha sido realizada para que nadie dude de su fiabilidad. Pese a
ello, conociendo el paño emocional de los profesores, pongo en duda de
que sus intenciones se concreten en actos de contundencia. Dicho de
otra manera, terminarán cediendo a las presiones de su propia
conciencia. Nada se puede contra la conciencia pero sí se ha de defender
al cuerpo. Al cuerpo físico y al cuerpo de oficio.
La
Administración no tiene alma. Los profesores, sí. El alma combate la
deshumanización pero no otorga humanidad a quienes carecen de ella. Por
el contrario, fomentan las acciones de los que pisotean los derechos de
los trabajadores. Cuando el dominado no se rebela ante las injusticias
del amo, éste fortalece su maldad y alarga su látigo. Psicología
elemental y sociología de libro. No es necesario levantarse en armas ni
alterar el orden público. No se vulnera los derechos de los menores.
Simplemente se salvaguarda el bienestar, el escaso bienestar, de los
enseñantes.
Que
si quieren acompañantes para excursiones, que paguen como deben o que
contraten a guías de viajes. O que la inspección educativa y los
distintos staffs de enchufados que pululan por las delegaciones de
educación y aledaños se apunten a estos menesteres.
Por la defensa de la educación, protejamos a los artífices de la misma. A los profesores.
Un saludo.
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