La
españolidad de Melilla, como la de Ceuta, se podrá discutir, pero
españolas son. Ayer por ayer y hoy por hoy. Algunos confunden la
territorialidad con la juridicidad. Y claro, si no sabemos distinguir,
la embajada marroquí en Madrid sería indicativo de que el edificio no
pertenece al estado alahuita y que los empleados no poseen la
nacionalidad de aquel país. Craso y burdo error.
Melilla
es ciudad autónoma de España. Uno de los grandes problemas de ese
enclave es su situación en el norte de África. No es el único y, en
realidad, más que problema, debiera ser solución. Sin embargo, nuestra
posesión en ese continente tiene mucho de peñón y poco de prosperidad
mercantil. En vez de erigirse en foco de pujante economía, la crisis va a
acabar con ella.
Desde
hace muchos años, Melilla vive la inquietud de su frágil perímetro
fronterizo. Los asaltos se suceden y las fuerzas de seguridad se ven
impotentes para frenar esta escalada. La ciudad es prisionera de su
determinismo geográfico y de la indefinición de los distintos gobiernos
de España. Se ha de entender el drama de los inmigrantes. Sin embargo,
no se puede hacer un negocio de ese drama. Detrás, las mafias que juegan
con vidas humanas. Delante, la credibilidad de un país que se complace
en señalar la dimensión de su riqueza patrimonial y no se ocupa de
conservar la misma en condiciones de digna habitabilidad.
Es
la eterna tragedia de España. Quiero pero no puedo. Puedo pero no me
atrevo. Ni el mejor Suárez ni el peor Rajoy han convertido aquel
apéndice de la nación en el paraíso que ambiciona y que es posible. La
economía sufre los embates de la crisis a la que no es ajeno el
deterioro de sus malos administradores. No hay proyecto de ciudad ni de
futuro. La ampliación de su puerto constituiría una buena noticia. Por
el contrario, los intereses partidistas frenan la realización de una
obra crucial para su progreso.
La
seguridad de la zona se encomienda a la Guardia Civil. Difícil tarea la
suya. Encomiable su actividad. No obstante, estallarán voces que clamen
contra ella. Su obligación es hacer que la ley sea respetada. Con
energía y firmeza. Sin agresividad. Y lo hacen de manera encomiable. A
algunos les gustaría que abriesen las puertas de par en par. No será
así. Si algo caracteriza a la Benemérita es eso: merecerse su prestigio.
La valla más sólida se llama Guardia Civil. En Melilla y en Reus. No sé si me entienden.
Un saludo.
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