La
covacha. Peor que la caverna platónica. La Junta ha hecho de la covacha
su residencia política y social. La covacha. Pobre, oscuro, lúgubre
aposento en el que la canallería institucional hace negocios al estilo
gaopin. Cueva en la que los sueños de libertad se convierten en
pesadillas y donde las ansias de justicia se reparten a mamporros.
Caverna inmunda donde moran irresponsables que justifican su legitimidad
en la voz de unas urnas previamente desvencijadas. La covacha.
En
Ayamonte, en la misma frontera que el Guadiana forma con Portugal, dos
menores han sido acusadas de acoso a otra compañera de Instituto. La
denuncia ha sido adverada por profesores del centro educativo. Cuatro
años interminables de humillaciones y vejaciones ha sufrido la pequeña.
Así lo constata la Guardia Civil y lo relata la niña. Ante la luz de la
evidencia, la sombra húmeda y letal de la covacha. La Junta dice que
nones. Que el acoso, de haberlo, ha sido en la calle y no en el interno
del centro docente. Se necesita poca vergüenza para asumir estas
declaraciones. La culpa, de la calle. En el Instituto, todo ha sido
concordia, buen rollo y buenismo entre las agresoras y su víctima. Ello,
pese a la advertencia de miembros del claustro de profesores para que
las acosadoras depusiesen su actitud maligna. El señor Fiscal, don José,
que va de delegado de la Junta covachera en Huelva, niega que los
hechos se desarrollaran en el ámbito educativo y, por supuesto, el señor
Zarza, delegado de (mala) educación de esa Junta en Huelva, refrenda la
nota oficial emitida por su jefe cavernario. Faltara más.
La
denuncia es prístina: dentro y fuera del horario escolar. La Junta es
opaca y miserable. En el exterior del recinto escolar. Ni tienen
responsabilidad ni muestran un mínimo de gallardía. En la covacha, no
hay más sol que el dinero y el lujo de los terratenientes que explotan a
las instituciones y manejan los fondos públicos. Lo demás no cuenta
para ellos. Nada ni nadie pondrá en entredicho la virginidad de la casa
mafiosa. Por más que el himen moral haya sido rasgado millones de veces.
EREs, oposiciones manipuladas, enchufes teledirigidos, administración
paralela, tupida red clientelar, subvenciones vergonzantes, compras
suntuarias inservibles, cocaína a espuertas…, son referencias de un modo
de actuar que supera la náusea y se instala en la raya del delito.
La
Junta se refugia en su covacha maloliente. Sus dirigentes ponen el
ventilador para que el hedor propio inunde las calles. Los fajos de
billetes no se agolpan en almacenes chinos pero se recogen por
intermediarios que parten y reparten a discreción. Alguien puede decir
que esta práctica es común a los gobernantes. Tal vez lo sea, digo, pero
no obsta para que quien perpetre estas actuaciones reciba la repulsa
más unánime y se someta al castigo penal.
Lo
dicho: la Junta no nos secuestra en la caverna platónica. Nos pone al
raso para que respiremos los aires purulentos de las maceraciones que
realiza en su covacha particular. Mientras tanto, la Inspección
educativa, otra que tal, en silencio, no sea que sus integrantes sean
devueltos al escenario de la tiza. Y eso sí que no. Antes el confort del
despacho sin honra que en el fragor de la pizarra con honor.
Covacha. Covacheros. Pena, penita, pena.
Un saludo.
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