Tomás.
Secretario General de la sucursal madrileña del Psoe. Látigo de la
corrupción y almuédano de la autoridad moral, predica mucho pero trigo,
poco. De granito, su cara. Bífida, su lengua política. Es una especie de
teleñeco al estilo Goomer Simpson.
Amante
del lujo con dinero ajeno, reprueba la austeridad propia. El Partido
Socialista, ejem, de Madrid tiene su sede en un edificio de notorio
caché en una zona de alto standing, junto a la Gran Vía de la capital,
en el conocido Palacio de la Prensa. Como el edificio no es propiedad,
el modoso dirigente no tiene empacho en pagar casi diecisiete mil euros
al mes por alquilarlo. Alrededor de tres millones de pesetas mensuales.
Claro, que viva el lujo y el que lo trujo, dice don Tomás mientras se
atusa el tupé y saca brillo a su jersey de cuello alto.
Bueno,
mientras los afiliados paguen sus cuotas, allá ellos. Nada de eso. Con
las cuotas de los afiliados no pagan ni al portero de la finca. El
dinero les llega vía contribuyentes que, prestos, animamos a nuestros
amados gobernantes a vivir como reyes en un país cada vez más
republicano. Venga ya. Eso, mientras paguen al propietario. Lo peor es
que ni abonan las mensualidades ni están en condiciones de hacerlo. Por
deber, hasta callarse. A Hacienda y a la Seguridad Social le adeudan un
pico. No se preocupen. Nada emprenderán contra el gran señor del poder
socialista en Madrid. Si fuera contra un currito cualquiera, ya les
diría yo que se encadenaran a lo primero que encuentren porque el
lanzamiento es inevitable.
Mientras
centenares de miles de españoles sufren el espectro del hambre y
millones de conciudadanos padecen la herida del desempleo, en tanto los
trabajadores se adaptan a los rigores de la empresa y los funcionarios
se someten al recorte de la Administración, el señorito Tomás Goomer
Simpson se pavonea en su palacio con techos de pan de oro. El señor
Gómez no es de la derecha ni posee empresas, que se sepa, con las que
pueda mantener ese tren de vida social. Tomás Gómez es socialista y
sociolisto. Los que contribuyen a que este estado de cosas se mantenga
en el escándalo permanente son tan responsables como el jefezuelo de la
secta que permite la mangancia.
Lo
que me admira es que la banca o la propiedad no hayan iniciado ya las
acciones legales pertinentes para desalojar a este deudor privilegiado.
En qué quedamos. Somos todos iguales menos los tiranillos “goomer” que,
de vulgares, reclaman un lugar de excepción en la pirámide de la
demagogia política.
Quien te ha visto, Tomás, y quién te ve. Queda por comprobar cómo te veremos. Simpson de carne y hueso.
Un saludo.
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