El
examen y juicio de alguien o del algo se denomina crítica. Tiene un
mucho de censura y de reprobación y un punto de elogio. En el segundo
caso, los parabienes se suceden. En el primero, la sombra y la oscuridad
provocan altos índices de adrenalina por combustión del cabreo del
criticado.
El
País, más psoecialista que Felipe y más de izquierdas que Lara, recoge
en uno de sus titulares la intervención del ministro de Hacienda, señor
Montoro, en el Congreso de los Diputados. El ministro fue descriptivo.
En su descripción, el gobernante desnudó una realidad que desdice la
categoría de un individuo o de un grupo, máxime si presumen de éticas
imperturbables y de principios morales jamás decaídos. Ya saben que la
virtud es patrimonio exclusivo de los halcones de la izquierda mientras
que en los arcones de la derecha sólo se custodia la maldad.
En
el periódico de Cebrián, que otrora condujo Polanco, la verdad y los
valores se ciñen al libro de ética. Cualquier salida de margen
constituye anatema. El fundamentalismo no se halla en el libro de las
tres religiones. Ni hablar. Se guarda celosamente en el arca de la
alianza de El País. Y ojo con salirse de página, que batracios y
sérpidos se abalanzarán sobre los descarriados.
Montoro
refirió en su discurso parlamentario que algunos medios de comunicación
dan lecciones de ética sobre amnistía fiscal y, oh, la la, deben a
Hacienda cantidades millonarias. Algunos de ellos, digo yo, despiden a
trabajadores escudándose en la reforma laboral que maldicen y
despellejan al periodista de empresa que se atreve a contradecir al jefe
y señor. El ministro actuó como suelen hacer quienes, a falta de
mejores argumentos, recurren a los ataques personales. Esta argucia es
humana y frecuente. Sutil y aguda, surte efectos. Vaya que sí. Los
críticos son puestos ante el espejo de su inanidad y el contraargumento
genera consecuencias devastadoras. Resulta que el santo era un santón y
que el Rasputín tenía de casto lo que José Bono de desheredado de la
fortuna.
El
País se da por aludido ante las palabras textuales de Montoro: “En
vez de dar tantas lecciones de ética a través de editoriales lo que
tienen que hacer es pagar religiosamente los impuestos en los plazos
pertinentes y colaborar de esa manera a corregir el déficit público y a
financiar correctamente los servicios públicos”.
Y
digo yo, ingenuo de mí. Acaso El País tenga deudas con Hacienda. Es
posible que ponga en la puñetera calle a trabajadores con la
indemnización mínima. Quizás salude la marcha de periodistas escaldados
del libreto ético impuesto. Si es así, por qué no acepta la crítica con
la misma galanura que reprueba las acciones del Gobierno del PP. ¿O es
que las cosas le iban mejor cuando González y Rubalcaba tenían la llave
de la despensa?
En
esta vida, señor Cebrián, las virtudes conducen a los altares. Y usted,
señor mío, dista mucho de subirse a la peana de los templos. Sin
embargo, no le quito ni una de las cualidades que le han permitido
subirse al carro del poder desde el franquismo hasta el postzapaterismo y
sigue y sigue y sigue. Lo cual, a fe, que es equilibrio harto difícil
de lograr.
Un saludo.
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