O
a rey muerto, césar resucitado. La hondura tegucigálpica del Psoe no
cesa. Sus dirigentes siguen taladrando la roca madre con sus cabezas sin
seso. Han perdido el poder y, lejos de buscar las soluciones a los
problemas generados por su clase política, se empecinan en crear nuevos
conflictos. Destrozado Zapatero y cortado el falso cordón umbilical
que unía su sectario movimiento mitad religioso mitad papanata, los
duermevelas del partido siguen especulando acerca de la prioridad del
galgo sobre el podenco o viceversa.
Los
ideólogos de la facción rubalcabiana han arrojado cal viva sobre la
figura del vallisoletano leonés y han inhumado su recuerdo en la tierra
del nunca jamás. Sobre ella han vertido toneladas de cemento para
recuperar la memoria de Felipe González. El marxismo-leninismo cobra
vida en la metodología de los efímeros inquilinos de Ferraz. El culto a
la personalidad resurge con inusitada fuerza. El líder que fue
carismático vuelve a los altares de la política más vergonzante, sobre
todo si se trata de una formación que se dice de izquierdas. Patético y
patológico.
Siempre
tuve a González como hombre de Estado. Hasta que sucumbió al atajo de
las cloacas y se creyó su papel de gran hacedor. Convencido de su
elegancia personal, no advirtió el insensato que su administración se
había convertido en una manzana podrida por la corrupción más siniestra.
Ahora, después de años de aburguesamiento económico, pretende volver
encaramado a la frágil estructura del humo. Se trata de romper con el
período penoso de las trinidades, de las bibianas, de las leires y de
los pepiños. Piensan, estúpidos, que la huella del zapaterismo se tapa
con la alfombra de los sueños autocomplacientes.
Los
descuidos oníricos hacen aflorar los pensamientos malditos. El culto
al líder es una esencia de cualquier régimen totalitario. Los desvíos
personalistas e individualistas en la política han tenido concreciones
despreciables desde Stalin a Kim II Sung. Weber se refería al frenesí
del líder que se arroga la infalibilidad y, en realidad, ha parido un
Ceausescu de mala ralea.
Atención
a los desafueros que, a la corta, pasan factura. La resurrección sacra
de Felipe González no esconde la ponzoña de los gobiernos
psoecialistas. La militancia de base, que sí es creíble, tiene el
imperioso deber de proteger su patrimonio moral de izquierdas honradas.
En ese caso, en lugar de pegar los restos de los valiosos jarrones
chinos, debe aplicarse a la obra iconoclasta de tanto falso ídolo que
han colocado en las hornacinas de barro de las iglesias/asambleas del
partido. A partir de la limpia general, el proceso de regeneración.
Lento y seguro. Transparente y ejemplar. En caso contrario, la
democracia renqueará del pie izquierdo.
España
necesita una sólida plataforma política de izquierdas. Como el comer.
Lo que no soporta es una enclenque muestra de artificiosa arquitectura
efímera como las portadas de las ferias populares. La glorificación de
don Felipe comporta traer a cubierta animalitos roedores que ni
siquiera deben tener sitio en las bodegas del barco.
Pero bueno, allá ellos. A las mentiras de siempre, los embustes de la canalla profesional.
Un saludo.
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