Santiago
Carrillo concitó millones de enemigos y de adeptos en torno a su figura
política. No hay ley de memoria histórica que aplaste el recuerdo. De
ahí la inutilidad de las leyes encaminadas a tapar desgracias en vez de
perseguir concordias. Uno agradece la extraordinaria figura del líder
del Partido Comunista de España en la Transición. La gratitud se
ejemplifica en la creencia personal de que sin él la democracia no
hubiera llegado o nacería con los vicios que ha adquirido a posteriori.
En consecuencia, la muerte de este político ha sido llorada por muchos,
entre los que me incluyo.
Si
miramos atrás en el tiempo y conducimos nuestra mirada ingenua por la
historia de la guerra civil, mil veces contada y todas inveraces,
Carrillo se estigmatiza como un asesino sin misericordia o se glorifica
como un líder de la izquierda más progresista. La matanza de Paracuellos
ha sido uno de los acontecimientos más debatidos de la asquerosa guerra
fratricida del treinta y seis. Santiago Carrillo fue expuesto a las
críticas más acervas por aquellos fusilamientos. El interés histórico
radica, en primer lugar, en dilucidar si el autor intelectual y/o
material de los mismos fue el propio Carrillo o no.
He
aquí que Carrillo asegura en sus Memorias que no. Que él no dio orden
alguna aquel fatídico siete de noviembre. Admite que el Frente Popular
cometió miles de asesinatos en la localidad madrileña pero que nadie ni
nunca le puede responsabilizar de los mismos. La noticia de lo ocurrido
le llegó más tarde. El conocimiento de los hechos le sumió en una
especie de catatonia anímica próxima al coma, confiesa. Hasta ahí, sin
comentarios.
Ocurre
que por la boca muere el pez. Carrillo no fue. Pero Carrillo supo.
Después del luctuoso día, don Santiago, reconoce, sintió contrariedad.
Es su palabra, su expresión. Contrariedad. O lo que es lo mismo,
disgusto o desazón de escasa importancia. Ah, el lenguaje. Su filo se
vuelve contra quien lo esgrime sin conocer la ruleta rusa de las balas
terminológicas. El entonces jefe miliciano no sintió repugnancia por los
crímenes ni asco ni repulsa ni tomó medidas para castigar a los
responsables de tamaña atrocidad. Lo que es peor, que a partir de una
emoción tan liviana sobre sucesos tan graves, no se está en condiciones
mentales ni morales para, en lo sucesivo, impedir la repetición de la
barbarie.
La
verdad no nos la va a contar la historia. Es posible que nunca se
conozca. Sin embargo, si las memorias del excomunista no son falsas y se
ha de creer las declaraciones de su autor, la contrariedad puede
arrojar más luces que toda una batería de focos. Siendo verdad que
Carrillo nada tuvo que ver con Paracuellos, esa contrariedad retrata la
personalidad de aquel joven de entonces. Su odio era suficiente para
vomitar toneladas de mala leche por su boca. La venganza echaba madera
al horno de su corazón. Por ese hilo de la contrariedad se puede llegar
mejor al ovillo de la mentira que por la infinidad de historiadores de
toda ideología que han escrito/opinado sobre el tema.
Nadie
pone en duda que Carrillo fue, en la fecha de autos, delegado de Orden
Público y miembro de la Junta de Defensa de Madrid. Yo tampoco la
albergo. Me reitero en la palabra clave: la contrariedad. Si salió de
sus labios, la creeré firmemente. No existe catilinaria que me apee de
esta tesis. Con lo cual, si es responsable directo de la sangre que se
derramó en el Jarama, que las víctimas lo perdonen. Los demás
asistiremos a su juicio eterno. Sin ánimo de venganza. Con deseo de
reconciliación. Con voluntad de procurar un mundo de concordias que
eclosiones sobre nuestros errores y nuestros fatalismos.
La contrariedad desnuda a más de un ideólogo rancio y a muchos talibanes de una justicia imposible.
Un saludo.
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