La
cabeza bajo el ala. El ala del sombrero de los embozados. Cuando
escucho las salidas de pata de banco de alguno, recuerdo los tirones de
oreja que el propio Alfonso Guerra propinó a Pepote García de la
Borbolla cuando, allá por la década de los noventa del pasado siglo, se
le ocurrió la idea de nombrar el federalismo como futuro de organización
del Estado de España. A Pepote se le salieron los congojos por los
ojos. No hacía sino expresar un sentir más que latente en un amplio
segmento de la dirigencia socialista. Esto quedó así. En apariencia,
claro.
Las
bravuconadas secesionistas de los catalanistas más radicales y menos
liberales hacen mucho ruido. Son como niños molestos a los que sus
padres o sus maestros tienen consentidos para que molesten lo mínimo a
costa de concederles mil caprichitos. La culpa, claro, no es de los
chiquillos. Hay que mirar a los tutores y advertirles que, por la vía
que transitan, el batacazo es impepinable. Con los federalistas ocurre
un tanto de lo mismo. Con tal de hundir la cabeza en la olla de los
historicismos trasnochados, defienden esta fórmula de organización
estatal con la rabieta del chavalín mimoso al que nadie ha enseñado
maneras ni inculcado normas de convivencia.
Tres
puñetas importa a Mas y compañía la propuesta del Psoe. Si quieren el
tambor, no aceptarán un sonajero. Si desprecian la lealtad
institucional, qué leches van a respetar un Estado federal. Si se ciscan
en una Constitución rabiosamente democrática, nadie espere un
sometimiento a las leyes que emanan del pueblo. Ellos quieren el tambor.
Y
digo yo que no sé si sería más fácil enseñar al que no sabe o
adiestrar, en el buen sentido, al que se deja arrastrar por sus
instintos. No hay ser humano que deje de responder a estímulos
positivos. Todos aprendemos si se ponen en juego los resortes adecuados.
Bastan la firmeza y la sabiduría. Y viceversa. Si a estas cualidades
agregamos la de la voluntad de humanizar la política y la de limpiar de
corruptos nuestras instituciones, el éxito es seguro.
Claro
que para alcanzar ese punto de inflexión, hay que tener idea de diálogo
y noción de crisis. Demasiado. Demasié. Neofederalismo, bueno. Por vías
democráticas de libertades y derechos.
Un saludo.
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