Que
nos hemos cargado, entre todos, el estado de bienestar, parece poco
discutible. Que todos colaboramos en su derrumbe, incontestable. Que la
mala gobernanza es la gran culpable del desastre, ni que decir tiene.
Que el pueblo olvidó la fuerza del voto en el zaguán del conformismo,
indica su responsabilidad en la demolición.
La
jubilación de los trabajadores se retrotrae, a este paso de involución,
a los años del franquismo cuando, por ejemplo, los profesores se
jubilaban a los setenta años y, a los pocos meses, la esperanza de vida
de entonces reclamaba su cuota estadística y se los llevaba al otro
barrio. Ni un ratito de descanso para celebrar con alegría moderada su
merecida deserción del trabajo. Oscuros días propios de turbias
legislaciones.
Algunos
funcionarios, entre ellos los docentes y los policías, se acogían a un
Real Decreto que permitía jubilarse a los sesenta años de edad y treinta
y cinco de servicio efectivo. La norma sigue en vigor. Por poco tiempo.
El hacha del Gobierno que recorta a los pobres y da vida a los
poderosos va a segar la vida de esta norma que llenaba de júbilo a sus
beneficiarios. El Pacto de Toledo se va a convertir en el marco de la
nueva guillotina.
No
se deja pie con cabeza. La jubilación parcial ha sido un fiasco y la
jubilación anticipada será un triste recuerdo. Nuevas normas serán
promulgadas pero los reglamentos dejarán el camino a los romanones de
turno para que aquéllas pierdan su carácter y la clase política siga
disfrutando de sus privilegios con tarjetas oro y gratis total.
Si
la situación se llama crisis, yo la denomino exterminio. Si la
coyuntura afecta a todos, yo digo que los sufridores somos los
trabajadores, los pensionistas y los parados. Si los partidos políticos
manifiestan su descontento con el actual estado de cosas, yo los llamo
mentirosos y demagogos mientras sigan adheridos a sus prebendas de
siempre, mantengan los asesores inútiles y disparen como el gran capitán
con la pólvora del pueblo.
Que
después de dejarse el cuerpo y el alma durante más de treinta y cinco
años, la empresa Estado arrebate a sus empleados el júbilo consecuente a
los trienios ejercitados, me parece una atrocidad. Ni la empresa
privada más explotadora maltrata de esta manera a los que se desvivieron
por su desarrollo. El precio de servir a la Administración Pública
tiene mucho que ver con sus altos cargos. Cuanto más altos, menos
cargas. Al fin y al cabo, como no es suyo, disponen del erario público
como les sale del partido gobernante. Un dinero para mí, otro para la
secta, otro para los adeptos y un corte de mangas para el pueblito.
Cada
día, el júbilo se cuela entre las alcantarillas de la corrupción y de
la ineptitud de nuestros –se los regalo- gobernantes de pacotilla.
Un saludo.
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