En
la España de la covacha zapateril, lo siento, Conchita, pero la
historia está de mi parte, en esa España, digo, el jefezuelo se enfrenta
a sus gravísimos pecados políticos y a sus responsabilidades internas,
mientras su gran visir en el sultanato de la ignorancia lesiva prosigue
su lucha por la supervivencia del rien faire de provecho.
Mientras
el caso Dorribo continúa su curso jurisdiccional, el señor Blanco medra
en las tierras gallegas a fin de agarrarse a las ramas del poder que
tan queridas le son. La dureza de su faz se agrega a la blandenguería de
sus convicciones morales. Se permite el lujo de criticar al vapuleado
Vázquez. Él, que fue repelido por los votantes, ataca a su conmilitón.
Pero va más allá. Reclama democracia interna. Don Blanco pide una
obviedad que él pisoteó desde el mismo momento en que se convirtió en
número dos del psoecialismo más calamitoso que contemplaron los siglos.
Hay que abrir puertas, subrayó el evanescente orador. El clausurador
demanda aperturas. Consejos vendo que para mí no quiero, dice el refrán.
Un
hilo de esperanza. La reacción de los militantes asistentes al acto nos
permite un respiro de alivio. Desaprobación manifiesta contra el líder
demagogo que se tradujo en abucheos de repulsa. El socialismo inocente
se mueve y se alza contra el psoecialismo corrupto. Aires de cambio que,
ojalá, no sean aplastados por el contravendaval de los instalados.
La
apostilla del visir no pudo tener referencia más amable. El futuro está
por escribir, parafraseando a Obama. Un blanco de apellido y un negro
de piel. Un negro de transparencia y un blanco de honradez. Un español
defraudador y un norteamericano veraz. Si el chiste de la democracia
interna no fuera macabro, la frase limpia de Obama, puesta en boca del
maligno visir, es un alarde de mal gusto.
Blanco.
Alégrenos los días por venir. Abandone la política. Dedíquese al
espectáculo. O, si lo prefiere, ofrezca sus servicios en algún taifa del
medio oriente.
Un saludo.
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