Anda
ya. Un titular que recoja la primacía de lo social sobre lo económico
está dando a entender que o bien el periodista está "sonao" o bien que
la generatriz de la noticia anda por los cerros ubetenses. En general,
soy dado a creer al plumilla antes que al político. En esta ocasión, no
me saldré de mi tónica de credulidad.
Resulta
que la Confederación de Empresarios Andaluces, la CEA, dirigida por el
equilibrista Santiago Herrero, se queja de los presupuestos presentados
por la consejera Aguayo. Su reproche, suave, no se nos moleste la manita
derecha de Griñán, se debe a que subordina la inversión económica a la
protección social. Esto es, por ejemplo, que se dedica muchísimo más
dinero a pagar subsidios de desempleo que a crear puestos de trabajo.
Estupendo. La cruz se hace más pesada y no hay cirineo que ayude a
temperar el sufrimiento.
Lo
que este articulista argumenta es que de qué se quejan los empresarios
andaluces. Lo mismo se creían que la oligarquía partidista que controla
San Telmo iba a tomar una opción distinta. Estos prebostes de la
organización empresarial son incapaces pero no mal informados. Estaban
al cabo de la calle de las asignaciones presupuestarias. Salvo que no
hayan recibido las subvenciones esperadas, la protestita forma parte del
repertorio estadístico de mentiras públicas. Es cierto que la CEA se ha
postulado contra la juerguecita especial del pasado miércoles, 14. No
obstante, su posicionamiento ha sido tan melifluo y cortés que los
sindicatos del régimen mueren de satisfacción por su influencia en
Andalucía.
La
política de concertación social de la Junta se expresa en magnitudes
talonarias. El silencio vale tanto, las declaraciones suaves el doble y
las manifestaciones unánimes se cotizan al décuple. En este contexto de
pax imperial romano-andalusí, la prosperidad social es imposible porque
el progreso económico no pasa por la i de innovación ni por la i de
investigación ni por la d de desarrollo. En cambio, sí se paga el
portazgo de la o de obediencia ciega, el diezmo de la s de silencio
cómplice y el impuesto de la t de los trepas enchufados.
Pura
entelequia de un gobierno inicuo y de unos agentes socioeconómicos
vendidos al oro del erario público. Cualquier política de erradicación
de la pobreza que no beba en las fuentes de la justicia social, está
condenada al fracaso. Y la justicia social no se gana con estrategias de
apoyo omnímodo a la seguridad social sino de ataque sin concesiones a
la exclusión social. A este fin, no valen únicamente los subsidios. Son
necesarios caminos por los que los emprendedores demanden trabajadores y
los parados transiten hacia puestos remunerados.
De
esta forma, sólo de esta forma, procurando que la balanza equilibre la
inversión frente a la prestación, será posible la regeneración
económica. Será así, insisto, porque esta acción constituirá el punto de
partida de un gobierno ético y moralmente plausible. Las desigualdades
existirán pero el desnivel entre muy ricos y muy pobres será menor al
tiempo que la flaccidez de la clase media reencontrará los puntos de
esponjamiento perdidos. No hay mejor forma de beneficio social que el
trabajo. La señora Aguayo lo sabe. Como sabe que la línea recta en su
política no es la distancia menor entre dos puntos. Ella prefiere la
curva sinuosa que obstaculiza la visión global y las ventanas con
celosías que impiden el paso de la luz exterior. Lo que es lo mismo, la
opacidad es su aliada y la transparencia el enemigo mortal al que hay
que expulsar de la faz de la tierra.
Si
lo social prima sobre lo económico, ni economía ni sociedad. Al menos,
que el fiel de la balanza se sitúe en el centro. De otro modo, ni
cultura ni política. La única religión de estos desarrapados morales es
la de la rica cadena perpetua, no revisable, a su poder dictatorial
disfrazado de democracia por cuatrienios. Malvados.
Un saludo.
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