La
sensibilidad pone el toque de distinción a nuestras acciones. Que no la
sensiblería, ese sentimentalismo trivial cuando no fingido. Echo la
vista atrás y mi memoria me pone por delante de las narices la
catástrofe de Los Ángeles de San Rafael. En medio, la figura política de
un Adolfo Suárez que no atisbaba, ni por asomo, que un día no
demasiado lejano iba a ser presidente electo de una España democrática.
Allí estaba el franquista Suárez, entre los cascotes, colaborando,
aunque sólo fuera por la foto, en las obras de desescombro. De
responsable, su sensibilidad humana le hizo héroe. Ya digo, es cuestión
de talento espiritual.
El
caso Madrid Arenas mueve mi comentario de hoy. La muerte de cuatro
personas jóvenes en un centro público, por más que la empresa
organizadora fuera privada, pone los pelos de punta a cualquier persona
con sentido y con sensatez. Cuatro que podrían haber sido cuarenta o
cuatrocientas. La fiestorra de la capital es competencia del
Ayuntamiento que todavía preside Ana Botella. Y si es competente para
conceder licencia, es responsable de cómo se gestione la misma. No valen
excusas ni argumentos de defensa de letrado de narcotraficantes o de
violadores. Nadie pide la cárcel para los gobernantes locales. Lo que se
reclama es coherencia, respeto y lealtad.
La
señora Botella ha debido abrir una investigación a fondo antes de
exponerse a los medios quitándose las pulgas y lanzando el inevitable
latiguillo del “yo no he sido y yo soy muy buena”. No lo ha hecho y su
omisión es recriminable. Con serlo, más lamentable resulta la escapada
de la alcaldesa durante el puente de “tosantos” a un lujoso complejo
hotelero de Portugal. Que sí, que tiene derecho al descanso, que
necesita un respiro en un entorno de ansiedad y ajetreos descomunales.
Que a nadie se niega este derecho. Mas en su momento. No en el fragor de
los hechos que se describen. Si está enferma, que acuda a un hospital.
Se comprenderá. Si cansada, a la quietud y silencio de su hogar. Se
podrá justificar. A un suntuoso hotel extranjero, a título de reinona,
no. No es de recibo.
La
regidora madrileña debe dimitir. De forma simultánea, llevarse con ella
al exilio a todos los ediles directamente relacionados con la culpa in
vigilando del Madrid Arena. Todo cuanto trame para salir del atolladero
en el que ella solita se ha metido, será echar más fango al agua que
hemos de beber. El temporal no es capeable por mucho que uno se esconda.
Si se da la cara, es para que te la rompan o para poner a cada quisque
en su sitio. Ya basta de memeces que se ahuecan en lo políticamente
correcto. La catástrofe de Madrid se ha de medir en varas de alcance. El
recinto presentaba, a priori, graves deficiencias no atribuibles a la
empresa privada. Si los concejales peperos ignoraban esos defectos, peor
para ellos. Tenían la obligación de conocer hasta el último detalle de
cómo se disponía del patrimonio inmobiliario municipal. Fuera los
irresponsables que carecen de respuesta a los problemas que ellos mismos
generan. A la calle.
Junto
a ellos, Ana Botella. Primera de la fila. Por dos razones. La primera,
por no destituir de manera fulminante a sus compañeros de gobierno. La
segunda, por largarse con viento húmedo al paraíso perdido de un retiro
de ensueño mientras en su ciudad miles de personas están sumidas en el
terror de lo que pudo pasar y millones de ciudadanos miramos atónitos
cómo la alcaldesa ha tirado la sensibilidad política al contenedor de
los valores que ya no se llevan. Adolfo Suárez nos regaló esencias de su
grandeza. Ana Botella no encuentra el frasco áureo de su sensibilidad.
Una desgracia.
Un saludo.
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