Las
elecciones de 2011 fueron reveladoras. Los candidatos de derechas y de
izquierdas se mostraron como unos mentirosos de tomo y lomo o unos
estafadores de la política o unos insensatos ebrios de poder o unos
canallas que a todo se apuntan con tal de alcanzar la gloria.
No
se debe a la fecha mágica del "veinteene" que los demócratas de toda la
vida vendan la burra coja, enferma y vieja como si de una yegua joven y
briosa se tratara. La muerte de Franco fue una coincidencia, sí. Pero
qué casualidad. El dictador nos tocó las libertades y los peperos y
psoecialistas nos golpearon las dignidades. El primero, a la fuerza. Los
segundos, a la chita mitineando. Incapaz el derrotado y embustero el
vencedor. Uno y otro se han hecho merecedores a la repulsa general.
Es
cierto que Rajoy no es, ni de lejos, el anverso o el reverso de la
falsa moneda de Zapatero. Pero no es menos cierto que embustero el
leonés, embustero el gallego. Las promesas de que el cambio conllevaría
la solución, lenta pero segura, a los problemas sociales y económicos de
España, se escurrieron por el sumidero de la cloaca política. Con lo
fácil que hubiera sido que el Partido Popular dijera la verdad. Que
miren, ciudadanos, votantes, que miren, que vamos a tratar de hacer las
cosas con honestidad pero que la Física no ha descubierto aún los drones
que superen la velocidad de la luz, ni las Matemáticas han dejado de
ser ciencias exactas, ni la Economía nos puede convencer de que el
déficit se compensa con mayores cantidades de deuda. Y como las cosas
son así y no de manera distinta, que o arrimamos el hombro, que
admitimos los recortes, que aumentamos las horas de trabajo, que subimos
las edades de jubilación, que exterminamos la pandemia de la corrupción
institucional, o nos vamos todos a hacer puñetas. Fácil y honrado. Lo
contrario, indecente.
Qué
fácil lo pudo tener Rajoy. En vez de declarar las maldades de Zapatero y
cantar las beldades de su futuro Gobierno, debiera haberse arropado con
el manto de la humildad y advertir a la ciudadanía de que la única
política posible y, probable, es la de la austeridad y todo lo que
comporta. Que, desde esta premisa, trabajaría para salir del fango
heredado. Sin embargo, no lo hizo. Se apuntó a la demagogia. El déficit
galopaba sobre las praderas de la prima de riesgo y de la bolsa y no
había fuerza humana capaz de detener esa carrera desbocada. Salvo los
malditos recortes. Si eso ya se sabía. A qué continuar. Por qué recurrir
a la ignominia del engaño.
Un
año después, las cosas no están peor. Sin embargo, las protestas
prosiguen su escalada. Se atenúa el riesgo de la quiebra del Estado
económico pero se agudiza la descomposición del estado social. Son los
efectos de los planteamientos erróneos, de la propaganda estúpida y de
los valores perdidos. Un año después. Sigo creyendo lo mismo: que esto
lo arregla el PP o nadie. El Psoe está al acecho, como el buitre que
quiere devorar los restos de la matanza que ellos mismos provocaron.
Acaso no sea tarde para pedir perdón. Rajoy debiera hacer una
declaración oficial como presidente del Gobierno. Me equivoqué, deberá
reconocer. Debí armarme de realidad y me vestí de fantasía, tendrá que
admitir. A partir de ahora, no me dejaré llevar por la ambición. Si los
paganos de la crisis somos los ciudadanos, también la clase política
contribuirá al abono de los daños. Y los bancos no serán los
privilegiados que sorteen la dificultad. Todos sin excepción pagaremos
nuestras culpas.
A
partir de esta idea, en su año II, Rajoy encontrará la paz que se
precisa para gobernar en justicia, equidad y sabiduría. A partir. Si
esto tiene solución, sólo el PP, repito, sólo el PP, la puede hallar. Y
lo que es más difícil, llevarla a cabo a pesar de las presiones de la
calle, de los bancos, de las oligarquías y de las multinacionales.
Un saludo.
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