Inmoral.
Ajeno a la bondad o malicia de sus actos. Extraño a la apreciación de
la conciencia. Apartado de la idea de respeto humano. Ausente de
facultades espirituales. Bancos inmorales los que piden rescate al
Estado y hacen cautivos a los ciudadanos. Ejecutivos y administradores
que envilecen la banca y desahucian a los trabajadores y parados.
Parásitos extorsionadores de un sistema que se subvenciona con dinero
público para ahogar al público que les presta su dinero.
Ni
un desahucio más. Al menos, de parte de esa banca rescatada por su
impiedad directiva. Los errores, las maquinaciones, las burdas
contabilidades, que las paguen sus autores. No el pueblo. Si un banco
tiene que cerrar, chirrín y a tomar fanta. La misma medicina, aplicable
al Gobierno que se deja acunar entre los brazos poderosos de una
organización que adquiere ribetes mafiosos a medida que maneja los hilos
de la sociedad. El problema no es el capitalismo. El horror reside en
la casa de la desregulación medida a golpe de intereses golfos.
El
número de afectados por la red maligna que cae del cielo pero que ancla
sus pies en la tierra, va en aumento. La democracia no sabe, no quiere,
no puede, hacer cumplir el derecho constitucional a una vivienda digna.
Pobre sistema que apoya a los poderosos y a los delincuentes y, en
cambio, desprecia el sentir de los oprimidos. Triste soberanía nacional
cuya corona le ha sido arrebatada por golpistas de corbata de alta
costura. Esperpéntica sociedad que contempla, en silencio gregario, el
degüello de sus miembros más infelices. Desgraciados representantes de
un pueblo que se solidarizan con los ricos y permiten la miseria de los
más necesitados. Patético mundo que, impasible, se conforma con vivir la
calma de los vegetales antes que lanzarse a la aventura animal.
La
crisis económica que sufrimos es un apéndice de nuestra recesión moral.
No es que estemos estancados en el discernimiento de lo que es bueno y
malo. Es que retrocedemos a épocas de supervivencia física en las que la
moral es sepultada a golpes de estafa leagalizada. Nos rendimos ante el
triunfo de las ideologías opiáceas. Como afirmaba Engels, algunos
quisieron colectivizar a los hombres para tratarlos cuales árboles de un
bosque, frondoso y bello pero sujeto a la tierra y mudo de solemnidad. Y
lo lograron.
La
voz que clama en el desierto es la del hombre. El hombre solo que busca
compañía para rebelarse contra la colectividad drogada. Sí caben
acciones contra la inmoralidad. Pasan por llevar a escenas las máximas
kantianas del imperativo categórico. Aunque se pueden traducir en clave
de talión: quien las hace, las paga. Sin necesidad de violencia. Con
ánimo de resistencia. Con voluntad de firmeza. Sólo si enfrentamos al
espejo el rostro de los que nos dañan, se dan cuenta de su fealdad.
Espejito,
espejito, quién es el banco más malito. Espejito, espejito, qué
ciudadano es el más corderito. Por ahí va la respuesta. En pentagramas
de contestación. La caridad está bien. La justicia es el bien. Nadie la
regala. O se adquiere por nuestros méritos o aprendemos a vivir sin
ella.
Un saludo.
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