El
asalto nocturno a la residencia familiar del presidente de la patronal
de Gerona vuelve a poner de manifiesto que la violencia forma parte, y
cada día más, de la sociedad española actual. Basta remontarse a la
paliza que recibió, hace poco tiempo, el conocido artista y productor
José Luis Moreno. La inseguridad invade las vidas de los ricos y no
desprecia la de los menesterosos. Un mundo de gente sin escrúpulos no se
puede sostener en un Estado de derecho. La alarma social se ejemplifica
en los pequeños hurtos, tirones, robos domiciliarios, ataques
discriminados a chalets urbanos o rurales y otras lindezas de este
estilo.
No
es la crisis. La explosión de este fenómeno del atropello domiciliario
en el que los delincuentes primero golpean y después preguntan, no
radica en la recesión económica. Ni mucho menos. Los autores pertenecen
a bandas organizadas que disponen de medios para que sus navajeros y
pistoleros cobren la pieza con la celeridad del rayo y, con esta misma
velocidad, abandonen los escenarios de sus bellaquerías. La vida de un
ciudadano vale un porrazo mal dado. La continuidad de su delito estriba
en la impunidad de que se valen.
No
son parados ni desahuciados ni indigentes ni indignados ni miembros de
movimientos político-civiles. En absoluto. Españoles y/o extranjeros con
objetivos muy claros constituyen la base humana de estos crímenes. La
crueldad y la vileza mueven a sus protagonistas. Las víctimas no son
provocadas por etarras. Delincuentes comunes bien armados, mejor
preparados y con la misma carencia de escrúpulos.
En
tanto, las fuerzas de seguridad hacen lo que pueden. Demasiado para sus
escasos y recortados medios de defensa. Los ciudadanos, como siempre,
hemos de soportar las agresiones y hacer del miedo nuestro compañero de
viaje. Los joyeros Tous sufrieron en sus ricas carnes mortales el cáncer
de la violencia mafiosa. Un familiar se enfrenta a 14 años de cárcel
por el homicidio de uno de los supuestos asaltantes a la mansión de los
comerciantes catalanes. El jurado popular tiene la llave de la cerradura
oscilante de la legítima defensa. El acusado admite la mayor, que se
cargó a uno de los que, a su juicio, intervino en los hechos. Lo que
rechaza es que la muerte viniera precedida de premeditación y alevosía.
El miedo asciende al nivel de lo insuperable en determinadas
circunstancias. Nadie está ajeno a reacciones disparatadas. Ya sea a
repeler el ataque con lo primero que tenga a mano, ya sea para
acoquinarse hasta el aborregamiento, ya sea a la cooperación quasi
cómplice con los bandidos. Mal consejero el miedo.
Decía
el gran Tucídides, el gran militar e historiador ateniense, que los más
valientes suelen ser los que aprecian con claridad lo que tienen ante
sus ojos, tanto el peligro como la gloria, pero procuran no reunirse ni
con la segunda ni, mucho menos, con el primero. Le faltó añadir que ante
el miedo, el Estado es el pastor que nunca ha de faltar a su grey
ciudadana. Si no cumple su cometido, para qué alimentamos a esa Bestia
tributaria que cobra pero no compensa.
Las
muertes violentas ponen en entredicho a las fuerzas de seguridad pero,
fundamentalmente, al Gobierno del que dependen. Nadie me convencerá de
que libertad y seguridad son términos antitéticos e incompatibles.
Pregunten en Nueva York la causa del fortísimo incremento del turismo.
Pregunten. En el país de las libertades, seguridad a ultranza para
satisfacción de la economía y de la sociedad.
Un saludo.
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