La
dictadura elevada a su máximo exponente es totalitarismo. Cuando el
profesor Luis Suárez califica de autoritario al régimen franquista, no
hace sino aplicar la media a cuarenta años de poder. En restricción de
libertades, no caben sumas ni divisiones. Sólo hay restas. No obstante,
incluso Franco admitió la necesidad de legislar y, por eso, aunque la
Constitución le daba dentera, se fabricó un sucedáneo y se hizo
construir un parlamento a su medida. El franquismo fue, con permiso del
referido historiador, una dictadura que, eso sí, no llegó al
totalitarismo.
Los
fascismos son manifestaciones de una forma totalitaria de entender y de
practicar la vida política. Y lo son porque reprueban la democracia y
odian el parlamentarismo. Es lógico porque el fascismo se sustenta sobre
un partido único de pensamiento monocolor que utiliza al ejército o, en
su defecto, a la policía para imponer el régimen. Es posible porque la
simbología dominante se basa en la existencia de un líder supremo al que
se rinde culto porque exalta los sentimientos de una población que, a
falta de pan, se convence del espíritu de Manitú. Es una realidad en
tanto las crisis económicas conforman el semillero ideal para hacer
germinar el odio de los más desfavorecidos a los que poco queda por
perder.
A
partir de esta estela de desgracias secuenciadas, el líder del partido
conquista el poder. Ahora toca conservarlo. Perpetuarlo. Y para ello, la
táctica pasa por crear clubes ultranacionalistas, asociaciones de
jóvenes pacifistas con parabellum en cada mano, movimientos cívicos de
mujeres comprometidas con la causa del progreso, somatenes de clérigos
incondicionales de la causa y toda una guirnalda de colectivos adeptos.
El líder se encarna como figura carismática de cariz teocrático, padre
de la nueva nación, arquitecto del nuevo Estado, que salva y libera a la
patria humillada.
Los
derechos colectivos suplen a los individuales. Está claro que un
régimen así instituido no puede permitirse el lujo de las libertades de
expresión o de reunión. En todo fascismo que se precie, el individuo es
un miembro difuso de una grey silente. Se exalta el sentimiento
patriótico como broche que cierra la perla valiosa. El Estado lo es todo
y a él se ha de supeditar la ideología. A su vez, ideología y estado
proclamarán la primacía del partido triunfante.
En
qué o en quién estaré pensando al compás de las susodichas reflexiones.
En Arturo. En sus declaraciones totalitarias: "no nos pararán
tribunales ni constituciones". Casi nada. Nunca el Ejecutivo mostró su
carácter fascista con más atrevimiento. Ni legislativo ni judicial.
Montesquieu nunca existió.
El
fascista "Mas" catalanoide se llama Artur. No reúne en su torno a
caballeros. Sicarios. Peligrosos. Atención a lo que nos llega.
Un saludo.
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