Son
los arietes de goma de una rebeldía falsa. Cabezas de carnero de una
conjura anunciada. Sinvergüenzas políticos de una guerra declarada.
Defensores de la paz, con lanzallamas en las manos. Mercenarios
destructores de la convivencia por arte y gracia de su incapacidad de
honor. Izquierdosos de boutique de lujo en una historia de miserias
sociales. Badía, de los psoecialistas de Cataluña; Tremosa, de la más
repelente derechona catalanista; Romeva, empleado a sueldo de la ICV; y
Miranda, no sé qué del Bloque Nacionalista Galego. Representan lo más
despreciable de la política española. Utilizan el dinero de España para
echar por tierra el prestigio del país. Hombres y mujeres que usan y
abusan de sus privilegios como eurodiputados para mostrar la vulgaridad
de sus conciencias de matones antidemocráticos.
Sueldazos
de escándalo sostienen a esta partida de jerifaltes del interés más
negociante. Viajes de placer que camuflan como de trabajo. Prestaciones
laborales con menos horas que los reyes magos. Estos son los Gulliver
engendrados por la pseudodemocracia que la derechona liderada por Artur
Mas ha desplegado por toda la geografía europea a fin de minar los
cimientos del estado español. Son los continuadores de la obra impulsada
desde Madrid por el malhadado Zapatero, autor del desaguisado
ideológico mayor que contemplaron los siglos. Ni Franco concitó tanta
animadversión hacia sus ideas como las iniciativas del que fuera
presidente del gobierno de España.
Poner
en juego la unidad de nuestra nación es más que una traición. Es una
bomba nuclear contra las libertades y al derecho adjetivo de igualdad.
Los caciques de la voz que no parla sino que expele basuras, están por
la labor de hacer saltar a pedazos la estructura territorial del Estado.
Conforman una especie de banda etarra sin capucha que se escudan tras
el muro autonómico y se carcajean de la cobardía y de los complejos del
gobierno español.
Surgirán
más Gulliver. Muchos más. Si antes no se pone remedio al desafuero,
habremos de soportar a gigantes en un país de pequeños bravucones y a
enanos mentales en un país de cíclopes sin ojos. Con lo fácil que sería
colocarlos en su sitio. Estos valentones de cartón se disuelven en agua
clara. El agua clara de las leyes y el barreño de cristal de los jueces.
Los fieros coyotes se convierten, de pronto, en dóciles borreguitos.
Sólo hay que mostrarles el agua limpia. Es un remedio milagroso.
A ver si Rajoy se entera de cómo se cocina esta pócima.
Un saludo.
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