He
escuchado a dos destacados dirigentes del PP de Huelva pronunciarse
sobre el día después de las elecciones catalanas del cambio. No dejan de
sorprenderme. Las manifestaciones de ciertos políticos tratan de lanzar
mensajes de esperanzas y no augurios alarmistas. En sentido estricto,
así debe ser. Sin embargo, cualquier declaración contraria a la verdad
es contraproducente. De ahí que la difusión de ideas de paños calientes
allí donde el incendio amenaza a millones de españoles, no es una feliz
iniciativa.
Verán.
El secesionismo catalán no se reduce a una simplista cuestión de dinero
ni de pacto fiscal. Cuando las cosas se nos van de las manos, lo más
adecuado es reconocer la carencia y pedir ayuda. Adulterar la realidad
es tan pernicioso como echar alcohol al biberón de un bebé. Las
erupciones cutáneas, los vómitos y otros síntomas malignos preceden al
posible fallecimiento del niño. Los ciudadanos no somos pequeñajos a los
que podemos relatar historias mimosas. Cataluña amenaza directamente
con romper la integridad territorial de España. En el País Vasco, las
trompetas del apocalipsis independentista están en la boca de miles de
charranes de Bildu y de ETA. No se trata de charangas carnavaleras ni de
panderetas navideñas. Son músicos de odio.
España
atraviesa la peor situación económica de los cincuenta últimos años de
su historia. Rajoy se enfrenta a un problema regional que, si bien no
inédito, nos devuelve a una realidad que creíamos, estúpidos de
nosotros, olvidada. La dialéctica hegeliana de la tesis y de la
antítesis concluye en la síntesis. Y la síntesis se ha de escribir en
caracteres grandes de respeto, firmeza y legalidad democrática. No son
aceptables los golpismos ni las amenazas guerracivilistas. A este fin,
los diagnósticos equivocados de nuestros dirigentes actúan sobre la
salud del paciente.
Financial
Times y The Economist ya están metiendo las pezuñas en suelo hispano.
Son partidarios de impulsar el independentismo vasco y el separatismo
catalán aun a costa de convertirlos en estados europeos ilusorios,
fingidos e incluso alucinados. En modo alguno por razones espirituales o
humanitarias o de conciencia identitaria. No lo crean. Para sacar
tajada de la unidad económica. Para garantizar el negocio territorial.
Ni menos ni más.
Ahí
está la razón de Estado. Rajoy tiene que lidiar dos toros bravos que se
han crecido con los cánticos monocordes de la izquierda montaraz y
desarraigada pero, y he ahí la cuestión, con la financiación interesada
de una derechona que confía en que la independencia les reporte los
beneficios económicos y fiscales que España les niega. El gran reto del
PP es escuchar a todos y obedecer a los sabios. Ellos indicarán el
camino a seguir por el bien del país. Estoy seguro de que esos sabios
hablarán de diálogo. Estoy seguro. Como lo estoy de que insistirán en la
necesidad de aplicar la Constitución. En todos sus puntos. Y si ésta no
gusta, y si el Congreso no se considera fuerte, y si los ciudadanos se
muestran escépticos, disuélvanse las Cortes y convóquense nuevas
elecciones. Si han de ser constituyentes, por la vía establecida.
Rajoy, razón de Estado. Estado de razón.
Un saludo.
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