CONCEPTOS. Excusen
mi argucia del juego de palabras. En realidad, pretendo enmascarar mi
comentario sobre el CEP, Centro de profesorado, con la definición de
concepto. El CEP no es un concepto sino las siglas que envuelven una
idea y las letras que ocultan una gestión. De los 32 Centros de
Profesores de Andalucía, no critico a ninguno. Sin embargo, ni uno solo
de ellos escapa a la manipulación que surge de y por la Consejería de
Educación de la Junta. Ni uno, repito. Eso sí, mi respeto a los buenos
profesionales, que los hay, que se baten el cobre con tal de dar sentido
a su compromiso con la educación.
La
nulidad política que es Dª Mar Moreno encuentra su justificación
sustantiva y adjetiva en el estado de la cuestión educativa andaluza.
Cierto es que sus predecesores en la cartera le han proporcionado una
coartada de no culpabilidad. La herencia que recibió fue acogida con la
satisfacción de los que se agarran a un legado infame con tal de seguir
ostentando el título de nobleza que otorga un cargo de esta
envergadura. Sin embargo, el contenido debiera ser a beneficio de
inventario. Una pena. La educación andaluza nunca descendió a niveles
tan abisales de inmadurez. Ni siquiera con la coercitiva y
extorsionadora ley de calidad.
La
buena señora heredera de un imperio de corrupciones y de despilfarros
habla ahora de un nuevo Decreto que regule la formación inicial y
permanente del profesorado no universitario en Andalucía. Iridiscente,
que diría Forges. Y después, qué. Y la calidad de la enseñanza, para
cuándo. Y la derrota del fracaso escolar, en qué siglo. Y la
recuperación del poder adquisitivo del profesorado, para el milenio que
viene. Uno comprende que la señora del Panda tiene que fichar y todas
esas cosas. Pero que no invente majaderías ni cargue más la muy pesada
mochila del personal. Que bastante tienen los docentes con sus penurias
económicas y sus profundos agujeros de amparo social para que vengan
estos indigentes de la educación a lapidar su honra.
Un
CEP es una institución importante. Sin duda. Cosa distinta es que el
CEP haya cumplido alguna vez, a lo largo de la historia democrática, su
función de formación permanente del profesorado. Los cursos programados e
impartidos han costado un ojo de la cara y sólo han servido para
completar el currículum de quienes ambicionaban dejar el aula y a los
alumnos para situarse en labores burocráticas en las que esconder sus
carencias pedagógicas y, al mismo tiempo, impeler a sus compañeros a la
burda tarea de cumplimentar papeles, informes estúpidos, actas
vergonzantes y todos los soportes que hacen de la burocracia un
esperpento nacional decimonónico.
El
CEP no es un concepto. Ni una idea que concibe o forma el
entendimiento. Ni un crédito. Ni una calidad o un título. El CEP es la
determinación de una falacia una vez examinadas las circunstancias de su
funcionamiento. En definitiva, un ente espurio, bastardo y engañoso
nacido de la mente lúcida, cabal y honrada de algún buen señor con más
fe que el santo Job, el paciente por excelencia.
Un saludo.
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